DOMINGO
Resistir en tiempos de cólera
La sociedad vive tiempos de cólera.
¿Por qué no, si desde hace años, implacablemente, los partidos, el Gobierno de la República y los medios impresos y electrónicos nos dicen a los ciudadanos de a pie que todo está muy mal, que todo está podrido?
Si se le ha repetido a la sociedad a diario, con el tiempo los ciudadanos han empezado a creerlo.
Más ahora que millones de personas enfrentan situaciones difícil, no sé si más difíciles que las de otras generaciones, pero se han conjuntado problemas de salud, con los económicos y los políticos. Una tormenta perfecta, como la han llamado.
Si en los medios y desde el Gobierno se alientan la frustración y el rencor, ¿por qué no estar enojados?
Muchos hablan de la influencia de las redes sociales. Maravillosas herramientas de comunicación, pero también tribuna que, a veces, sirve para el desahogo de resentimientos y de perversas campañas políticas, al amparo del bendito anonimato. Pueden convertirnos en turba dispuesta a linchar.
Aunque desde el Poder lo duden, los periodistas no inventamos la insatisfacción, pero no podemos evitar caer en las trampas del conflicto, la materia de la que se alimentan las noticias. Siempre lo ha sido, pero es más notorio ahora, cuando la práctica cotidiana es la información espectáculo, propiciada por la feroz competencia para atraer lectores y auditorio, para sobrevivir a los embates cada vez más fuertes del Poder.
Hoy que la información fluye en tiempo real, a ritmo de los megas de Internet, olvidamos la fundamental responsabilidad del periodista. Ser fiel a la verdad y cumplir con la vieja pero vigente regla de oro: verificar la veracidad de lo que publicamos. Simple rigor profesional.
Estos tiempos de cólera exigen disciplina profesional. De otra manera corremos el riesgo de ya no ser periodistas. Podemos convertirnos en sicarios al servicio de los grandes y poderosos intereses económicos, políticos y sociales que se disputan la nación. En sembradores, primero del descontento, luego del rencor y la indignación, más adelante del odio, del odio que lleva a callejones sin salida, callejones de los que los pueblos no salen sin grandes derramamientos de sangre.
Resistir eso, creo, es el reto para los periodistas en estos tiempos de cólera.